Mar del Plata

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Mi Mar del Plata es aquella de los veranos interminables, esa que duraba tres meses junto a mis abuelos, la de mi infancia, la que me transportaba en ese largo viaje en auto que sólo me calmaba cuando mi abuela me acomodaba sobre su regazo y me adormecía con los latidos de su corazón.

Esa Mar del Plata que me despertaba temprano a la mañana y me obligaba a intentar todo tipo de rituales para que estuviera nublado, para no ir a la playa y emprender la aventura más fascinante de la mano de mi abuela. Subir a su Fiat celeste viejo y sentirme la compañera diminuta de Penélope Glamour en la recorrida de las compras: el pan más rico del mundo de la panadería El Cóndor  -tenía permitido elegir el más blanco y comérmelo durante la recorrida -, la brótola y el lenguado de las pescaderas alemanas de la calle Alvarado, con sus delantales manchados de trabajo, tal vez una pasada por tienda Los Gallegos sólo para sentir que el futuro había llegado, la verdura y la fruta, pero sobre todo las ciruelas, para que la cocinera hiciera la mermelada que tanto busqué y nunca más encontré, las latas gigantes de dulce de leche El Amanecer, y el momento más ansiado, cuando hacía la parada obligada en un café del puerto, donde se tomaba uno parada en la barra y yo aprovechaba para disfrutar el olor y no el gusto, “porque el café solo es para la gente grande”.

Claro, Mar del Plata también era Playa Grande, el toldo familiar y yo sentadita a la sombra porque el calor me lastimaba. Mi abuelo bajaba a la playa con sus patas de rana, emprendía la contienda contra las olas y nadaba con los bañeros como uno más. Se secaba en la orilla, de pie, y cuando estaba listo nos pasaba a buscar para volver a la casa para el almuerzo.

Las tardes de mi Mar del Plata se anunciaban con el grito del heladero y sus Laponia, y después continuaban con mis expediciones en bicicleta por Los Troncos y más allá. Primos, perros, gatos, canarios, flores, árboles, todo eso me llega desde Mar del Plata. Y también mis amigas del colegio, las primeras charlas de amor.

Después llegó la adolescencia y mucha playa, pero sobre todo, el cuerpo, la seducción, el agua de mar, la maraña de rulos y un sinfín de suspiros.

Mar del Plata es mi infancia, la adolescencia, la felicidad, los comienzos del intercambio amoroso y yo la elijo así. Aunque ya no lo sea, aunque esté allá lejos en el tiempo. Mi ciudad adorada, donde siempre soy feliz.

Florencia Canale
Florencia Canale
Nació en Mar del Plata. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Es periodista y trabajó en diversos medios: Noticias, Living, Gente, Siete Días, Veintitrés, Infobae, entre otros. Pasión y traición, su primera novela, es un gran éxito editorial con nueve ediciones publicadas.

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