La cita

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“Cuando cumplas cincuenta años, te voy a hacer abuela”. Hoy es el día.

El recuerdo de la voz amada dibuja una sonrisa en los labios de Blanca, apenas un segundo. Un escalofrío recorre sus huesos. Palpa su cuerpo cobijado bajo las mantas y entiende que no es frío lo que siente.

Esa mañana,  y a pesar de los años transcurridos, las horas de vigilia se suceden a la espera del día y aumentan el rumor que taladra sus pensamientos.

Siempre, siempre, como cada año, la memoria es acunada por aquel beso y esa frase chispeante que nunca más llegará hasta ella.

Anoche, emitió quejidos. Quizás, fuese el que reprimió ayer frente a las palabras del médico. Ni una lágrima, exigió franqueza y la obtuvo. —La verdad doctor, sólo estoy yo para recibirla.

— Es muy agresivo…, unos meses…, lo siento.

Desde hace diez años, ella es la única para recibir noticias y facturas para pagar. Sólo ella, con el dolor y esa idea borracha que, de tanto dar vueltas por la plaza, hasta las palomas la saludan. Una vez por semana acompaña a las madres de pañuelos blancos. Sabe muy bien que ninguna comparte su impulso y también sabe, que no lo puede desterrar de sus pensamientos.

Hoy es el día, iría a su encuentro, él no la imagina, ella no lo olvida.

Retira del ropero la caja de sus tesoros y la coloca sobre la cama. Antes de abrirla, recorre la casa y asegura las persianas. Vuelve al dormitorio, pero desconfía de la puerta de servicio. Muchas veces la deja abierta, porque hay muy pocas cosas que le importen demasiado. Atraviesa la cocina hasta llegar al picaporte, está cerrada, agrega el pasador y murmura: no olvido.

En el momento de retornar a la habitación, el cuerpo se yergue y despuntan los pezones bajo la bata, todavía es joven, más lo era su muchacho. La muerte llegó antes de tiempo para su niño. Para ella está bien, la deseó.

Se detiene frente a la cama para acariciar la superficie de la caja antes de abrirla. Debajo de la ropa de su bebé, ella había guardado las insignificancias que usó el día en que volvió a su casa y en sus brazos descansaba la cabecita de pelusa rubia. Desenfunda el vestido manchado por el primer vómito, lo despliega sobre la cama y posa sus labios sobre la mancha amarilla.  Blanca comienza a vestirse con parsimonia. Las sandalias y el pelo recogido como entonces, completan el atuendo. El espejo la mira y ella asiente, sólo falta el bebé en sus brazos. Pero ese hombre no lo sabría.

Ese hombre está clavado en sus entrañas desde el día en que le fue develado su nombre y la función que entonces cumplía.

Antes de acudir a la cita, ella se prepara un café bien caliente y frente a la ventana repasa su plan.

Él calza en su cabeza la gorra de visera, saluda a su mujer atareada en la preparación del almuerzo, y como parte del ritual diario, le anuncia: “En una hora vuelvo.”

El hombre disminuye el ritmo de la marcha frente a un grupo de alumnos rateros y bulliciosos. Observa la copa de los árboles, detesta las ramas que dejan caer sus hojas sin importarles lo que ensucian. A pesar de estos desafortunados encuentros, Palermo sigue siendo el lugar elegido para su hora de caminata.

Blanca marcha a buen ritmo. De pronto, siente el impulso de levantarse la pollera y orinar entre medio de las matas, pero logra contenerse. Aquella otra mañana en la carretera, no pudo aguantar y detuvo el auto en la banquina, descendió al pasto y levantó sus polleras.

— ¡Mamá! ¿Qué haces?

— Pis.

La carcajada del hijo aún tintinea en sus oídos cada vez que esa ausencia los desgarra. Fue su trasgresión y el muchacho festejó a la madre “cumpa.”

Desde lejos, ella reconoce al hombre, lo reconocería en multitudes, así como lo reconocieron entre quienes escaparon del infierno.

Blanca acomoda la pequeña cartera que cruza en bandolera sobre su pecho.

Un jazmín del cielo, un laurel aromático y un abeto hacen un nido de sombra que él usa todos los días para tomar resuello. Ella espera agazapada entre las matas.

El hombre llega al lugar.  El disparo es certero. Dos palomas aletean y pierden algunas plumas disparadas en el vuelo. La visera de la gorra comienza  a teñirse de un rojo viscoso.

Blanca mira hacia el lago y cree ver una sombra que la observa sorprendida. Ahora si, está segura de escuchar el tintinear de la carcajada.

Alicia Martín
Alicia Martín
Se radica en Mar del Plata a los 17 años. Egresada del conservatorio Willams continúa sus estudios pianísticos con el maestro Manuel Rego y asiste al taller de pintura con el maestro Urruchua. 1970 ingresa a la carrera de psicología. 1974 obtiene el título de Lic en Psicología. (Universidad Nacional de Mar del plata) 1984 a 1987 post grado en Pareja y Familia en el centro Fiorini (Capital federal) 1993 integra el equipo de Psicosomáticas en el CEP y alterna su actividad profesional en Mar del Plata y Capital Federal 1994 ingresa al taller literario de la Lic.Graciela Bracachini 2000: “EN SECRETO” antología de cuentos con prólogo del escritor Marcos Aguinis, auspiciada por la SADE. 2002-2003: clases privadas con el escritor Dalmiro Saenz. 2003 “TRES MUJERES Y UNA PALOMA novela publicada por la Editorial Dunken. 2004: EN EL NOMBRE DEL HIJO” novela finalistas del Premio Planeta. 2007: clases privadas con el escritor Antonio Dal Masetto. 2008: Publica la novela “VOTO DE SILENCIO” 2012: Publica la novela “EN EL UMBRAL” 2013: Publica laantología de cuentos infantiles “LA PRADERA DEL COLOR” 2014: Participa en la Antología de cuentos y poemas “ Voces Atlánticas”. Encuentro federal de la Palabra.

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