Instrucciones para hacer una grulla de papel

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Para hacer bien una grulla de papel, lo primero que hay que tener es una esperanza, porque es bien sabido que sin ella, las grullas de papel salen pésimas. Alto, no gane usted la calle como un atolondrado, no se ponga a cazar anhelos de cualquier tipo y especie como si fuesen mariposas. Los autores de este instructivo recomendamos con fervor que la esperanza a utilizar sea amorosa, pues ese es el tipo que mejor le hace a nuestra futura grulla. También sugerimos que sea genuina e intensa, de esas que de tanto desearlas ya duelen.

Entonces, antes aún de seleccionar el tipo y el gramaje de la hoja y de recibir las primeras lecciones sobre el arte milenario del origami, hágase el favor de pensar un poco. ¿Sufre usted por amor y la destinataria de tal desvelo gambetea sus intentos con insospechado talento y esmero? Bien, ahora deténgase ahí, quédese un buen rato pendiendo de tal sentimiento y reflexione, no sea ansioso. A continuación le damos unos tips para fácilitarle la tarea. No es nada, no agradezca, al fin y al cabo usted googleó “cómo hacer una grulla de papel” y nuestro deber es guiarlo del mejor modo hasta conseguir el resultado.

Retomemos. Antes que nada precisamos dilucidar con exactitud si no será que en realidad no es que la dama en cuestión se le niega por errores estratégicos o de comunicación, sino que le ha expresado ya de todos los modos y maneras posibles que no está interesada en usted, ni en su charla y mucho menos aún en su barriga. Sea honesto. Si este es el caso, no intente entonces fabricar su grulla. Créanos a nosotros, tenemos años de experiencia en el mercado, hemos observado que las grullas de papel son nobles, no se prestan servilmente a la insistencia de un pánfilo que no se entera. Sepa disculpar el tiempo invertido hasta aquí, pero le recomendamos fervientemente que pruebe en otros blogs o, incluso, con algo de terapia. Buenas tardes.

Por otro lado, si sucediese lo inverso, si depositare en su grulla el intento de recuperar el favor de un corazón que ya se le ha franqueado en alguna oportunidad y hoy le es esquivo, pues de nuevo lo desalentamos, le albergamos un resultado pobre en relación precio-calidad. Digamos que estará usted consiguiendo lo mismo que obtendría si en lugar de una grulla hubiese emprendido la construcción de un farolito chino. Y déjenos decirle, amparados está vez en las millones de vistas que tenemos en YouTube y sobre todo en la experiencia de usuarios que comentan al pie de nuestros post, que un sencillo y rechoncho farolito chino no puede ni empezar a competir con la maravillosa experiencia de regalar una verdadera y esbelta grulla de papel.

Pasaremos a explicarle ahora, en una apretada síntesis, cuál es la mejor utilización del poder de nuestras grullas. Como decíamos un poco más arriba, el producto que representamos tiene probada efectividad, pero somos un equipo y usted nuestro miembro más importante, así que lo precisamos activo, concentrado y en pleno momento de ensoñación y desvelo por esa pasión no correspondida.

Escúchenos bien. Sea cuidadoso. Empiece por no llamarle amor a cualquier cosa. Para evitarle caer en tan vulgar error, le pedimos de ante mano que complete nuestro “Breve test para detectar la eficacia de una grulla de papel” que se encuentra al final de este video, en la parte que nuestro departamento de marketing digital dio en llamar el “Call to action” pero que acá reseñaremos de manera sucinta. Por ejemplo, a manera introductoria, nos gustaría preguntarle, ¿sueña usted con ella? -con su amada inalcanzable, no con la grulla de papel-.  Si la respuesta es afirmativa sírvase pasar al siguiente cuadro en el que encontrará dos opciones. En la primera le preguntaremos si en esas duermevelas se imagina a ambos copulando de modo salvaje e instintivo, como si tuvieran la misión de repoblar el planeta luego de una catástrofe nuclear. En la segunda, no por el contrario pero quizás en un sentido más abarcativo del deseo, indagaremos si en esos sueños la imagina caminando ante usted en una playa semi vacía, con el atardecer acariciando su cabello a contra luz mientras una bandada de gaviotas emprende vuelo hacia el ocaso. Si la opción es la uno, volvemos a recomendarle un farolito chino y le damos las buenas tardes. No es que tengamos nada contra nuestros queridos y rechonchos colegas, al contrario, no competimos, simplemente atendemos diferentes targets. Tampoco es nada personal con usted, estaremos felices de recibirlo nuevamente en cuanto sea alcanzado por la esperanza correcta.

Si contestó la opción dos, entonces corresponde avanzar al siguiente ítem, a saber: cuando se refiere a ella ante sus amigos, por ejemplo luego de un partido de fútbol cinco finalizado en un pálido empate, el mozo ya ha repartido sobre la mesa del bar las cervezas con maníes y la charla empieza a girar sobre diferentes aspectos de la vida pero mayormente sobre mujeres, ¿usted es el que dice “a mí la que me pone el pingo como el Obelisco es María, la de cómputos, le voy a regalar una grulla” o es el que ante las risotadas de los muchachos prefiere mirar para abajo y callar si, al pasar, alguien menciona las ajustadas proporciones carnales de María, la de cómputos? De sentirse identificado con la primera opción, le deseamos la mejor de las suerte no sin antes recomendarle un poco de terapia, que calme su apetito accediendo a las páginas pornográficas que le adjuntamos al pie y, claro está, la hechura de un simple y rechoncho farolito chino. Pero si en cambio es usted alguien similar al tímido, ubicado y para nosotros entrañable personaje de la opción dos, lo invitamos a seguir avanzando en el cuestionario. (Nota del departamento de legales: El personaje de María la de cómputos es utilizado en este instructivo sólo a fines demostrativos, prohibida su reproducción total o parcial, disco es cultura).

Por último, queremos pedirle todo su poder de concentración. Ha llegado hasta aquí y nosotros valoramos su esfuerzo pero si en la próxima pregunta no es certero o mejor aún, sincero, todo el tiempo invertido habrá sido en vano. Aclarado el punto, lo invitamos a que vuelva entonces a flotar en su pensamiento sobre ella -sobre su amada, no sobre la grulla de papel- ausculte su corazón -el suyo, no el de su amada porque de lo contrario sería una situación incómoda para ambos toda vez que no ha conseguido aún acceso a semejante intimidad- y ahora sí, encare nuestra consulta final. Le proponemos para ello un sencillo pero trascendente ejercicio mental. Busque el primer espejo y mírese en él. No se asuste si del otro lado ve a un anciano venerable que lo mira con ojos un tanto aguados y coronados por todo tipo de arrugas. Observe su cabeza casi calva, el cabello ralo de un blanco absoluto, la mano izquierda un poco temblorosa, la derecha apoyada en un elegante bastón. Vea como, no sin esfuerzo, el anciano se aleja del espejo, acerca una silla al escritorio de abajo de la ventana, abre un cajón, saca un papel, lo corta hasta dejarlo cuadrado y comienza a doblarlo para hacer coincidir los bordes. Le cuesta, recordemos que la firmeza corporal empezó a abandonarlo sin remedio, pero sin embargo lo logra. Por favor, usted, el joven, siga observando. Si lo hace, verá que el viejo no se apura, todo lo contrario, controla sus movimientos. ¿Sorprendido? No es para menos, claro, si algo no sobra en ese espejo es tiempo por vivir pero sin embargo los dobleces son pausados y a la vez certeros, los ademanes claros; ese anciano sabe lo que hace. Verá usted como completa todas las cruces y diagonales necesarias, como pliega los vértices, como hunde con maestría los laterales, como junta las caras, como estira las puntas, como las dobla para que parezcan una cola y un pico, como atusa las alas para que tengan la curva justa, como tira de ellas para comprobar que se muevan a su gusto y como apoya la flamante grulla de papel en el marco de la ventana. Verá también que no está sola, que se sumará a una verdadero escuadrón de grullas de papel, formado por ejemplares de todos los tamaños imaginados. No se le escapará un detalle: la primera fila, la que alguna vez fuera la línea de ataque, ya viró al sepia, el tono de la prestancia, el que luego de muchos estudios de mercado y focus group, decidimos usar en el logotipo de nuestra marca. Y si mira mejor verá que, por el jardín, mate en mano, se acerca María la de cómputos, con las proporciones un tanto desvencijadas, para que negarlo, pero encantadora como aquel día mágico en el que fuera a pedir trabajo en la empresa, cuando usted se quedó de una pieza, con la mandíbula caída, la cara apoyada en las manos, los codos en el escritorio del box, la mente amarianada.

Ahora sí, ya arribando al final de esta guía, le preguntamos si se ve usted lo suficientemente paciente como para dedicarle tantas grullas de papel a María la de cómputos. Si la respuesta es no, le recomendamos terapia, las páginas pornográficas que se encuentran al pie de este instructivo, la utilización de la app de citas que figura en el zócalo que aparece en este momento y la hechura de un simple, rechoncho y siempre utilitario farolito chino. Por el contrario, si al mirar detenidamente al espejo se siente cerca de ese anciano estoico que ha sabido esperar toda la vida para alcanzar la esperanza que un día lo desveló, queremos darle nuestras más sinceras felicitaciones, está en condiciones de recibir las instrucciones para construir una de nuestras famosas, esbeltas y preciosas grullas de papel. Una última advertencia. Las grullas son poderosas, pero no mágicas. Si quiere acelerar el proceso, si pretende pasar muchos años en compañía de su María la de cómputos, agréguele a la receta una conveniente dosis de dulzura y sensibilidad. Ella, algún día, lo sabrá reconocer. Lo dejamos con el video. Que lo disfrute.

Luciano Olivera
Luciano Olivera
(Buenos Aires, 1968). Es productor, guionista y director audiovisual. Creó y desarrolló formatos que le valieron premios nacionales e internacionales. Dirigió Canal 7 y UBA TV, ejerció el periodismo, es docente de talleres de escritura y está al frente de su propia empresa de contenidos. Publicó “Aspirinas y caramelos” (Aurelia Rivera-Tusquets) y “Largavistas” (Tusquets). Este cuento pertenece a “No le llames amor a cualquier cosa”, su tercer libro.

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