Sobre la mancha de sangre el cajón de madera, que oficiaba de mesa de luz, parecía flotar. Al apoyar los pies en el piso se dio cuenta que por un centímetro apenas habría hecho contacto con aquel líquido.
Volvió a leer, como todas las mañanas, las letras negras impresas sobre la madera: “Black and White”/ Blended scotch whisky /James Buchanan & C° Ltd/Glasgow/Scotland. Cuando terminó de hacerlo su cabeza permaneció ladeada hacia la derecha durante unos segundos, hasta que se percató y la enderezó. Por un momento tuvo la sensación de ser un perro preguntándose sobre la existencia.
La caja de madera era la única herencia familiar que conservaba. La había recibido de su padre cuando era muy pequeño. En la época en que la familia parecía un lugar seguro y el futuro la continuidad de un presente sin sobresaltos. Pero nada fue como lo imaginó.
Ella también le sirvió para guardar los papeles que se llevaría tanto del primer divorcio como de las sucesivas separaciones; para cargar los pequeños objetos de los diferentes trabajos que perdía y finalmente como recipiente de las pocas pertenencias que lo acompañaban ahora.
Revisó rápidamente su cuerpo y comprobó que no existía ninguna herida. La ropa de cama, si bien estaba bastante sucia, no al menos de sangre.
Supo de forma definitiva que aquello se filtraba por debajo de la pared y parecía provenir del local contiguo. Le extrañó que se pudiera escurrir con tanta facilidad pero, inmediatamente cuando se agachó, vio que las paredes de aquel edificio eran precarias.
Se paró en la cama, como el techo era bastante bajo, pudo ver que la división no era de ladrillos sino de placas que se aplicaban sobre estructuras de metal, y que tanto arriba como abajo una pequeña raja dejaba pasar el aire y, en esta oportunidad y en el piso, la sangre.
Para corroborarlo tomo el primer papel que tuvo a mano, la carta documento que le exigía abonar los alquileres atrasados o atenerse a acciones legales. Lo dobló por la mitad y lo pasó por el espacio entre el cielorraso y la pretendida pared, comprobando que se deslizaba sin problemas.
Un pensamiento lo perturbó, hacer caer la carta del otro lado y luego intentar enflaquecer su cuerpo tanto como para poder pasar por esos escasos milímetros, convertirse en una lámina y deslizarse a otra realidad diferente de la que le había tocado vivir. Pero tuvo la mala idea de mirar la caja de “Black & White” y todo se desbarató con la imagen de su padre desclavando la tapa, sacando tres botellas que brillaban sobrenaturalmente al recibir el contraluz de la ventana del living. Su padre, desplegando esa sonrisa seductora, con esa seguridad absoluta de que el mundo y el futuro le pertenecían, poniendo en sus pequeñas manos la perfección de una caja y el mandato implícito de llenarla con algo importante. Levantó la vista, estuvo a punto de desmayarse, las marcas que cruzaban el cielorraso lo llevaron a otra idea. ¿Y si al dormirse las paredes se movieran por su propia voluntad y generaran permanentemente nuevos ambientes? Se dijo para sí que aquello no era otra cosa que una gran habitación subdivida quién sabe en cuantas otras. Aquel mapa caprichoso de paredes, vanos, puertas y ventanas que se dibujaban tenía el criterio de la geografía de la pobreza. Era un edificio de oficinas de perdedores, de tráfico de miserias y economías de medio pelo.
La suya tenía una extraña proporción, unos cinco metros de largo por dos de ancho. No estaba seguro ahora si ayer tenía la misma medida, pero sí que carecía de ventanas. Sólo la puerta mostraba un vidrio, obturado con un papel madera, que daba a un pasillo interior que comunicaba con las otras habitaciones. Se corrigió, no eran habitaciones, eran oficinas. Aquel era un edificio de oficinas y se suponía que él había alquilado ese habitáculo para oficina, no para vivir, si eso era vivir.
Eran las tres de la mañana, se lo dijo la luz verde intermitente de un reloj despertador demasiado aparatoso para ese escenario. Nada que tuviera vida producía sonidos en el edificio.
Decidió limpiar la mancha e imaginó varias estrategias. Primero pensó en hacerlo con papeles. Facturas vencidas, intimaciones, telegramas. Se puso a palpar la consistencia de los mismos, ninguno absorbería la sangre, sino que ésta se pegaría a sus caras resbalosas y al poco de empezar con la limpieza la mancha se agrandaría hasta abarcarlo todo.
Pensó entonces en telas, la tela generalmente es más absorbente que el papel, pero al mirar a su entorno no encontró más que algunas mudas de ropa, las sábanas y la toalla. También se dijo que para terminar de limpiar la sangre haría falta agua, el recuerdo del poder diluyente del agua le dio nostalgia, extrañaba empapar un trapo bajo la canilla y arremeter contra cualquier mancha, hasta sentir el placer de lo limpio. Pero la oficina no tenía ni baño, ni cocina, ni canilla. Debería salir de allí y cruzar la galería hasta el retrete compartido, ubicado en el extremo opuesto del edificio. Y eso, a esa hora y circunstancias, era un viaje al fin del mundo.
Volvió a sentarse en la cama, con el pie muy cerca de la mancha. Observó como la sangre, por alguna ley de la física, había subido unos milímetros por las paredes de madera de la caja de “Black & White”. También en los bordes la mancha adquiría un color más oscuro y, secándose, conformaba un dique que parecía ya no ceder.
Lo tranquilizó ver como la sangre estaba solidificándose alrededor de la madera, quizás la caja quedaría adherida al piso para siempre, trasmutada la materia ya no podría despegarse de allí nunca más y él se liberaría, por fin, de ella.
Se volvió a meter en la cama, respiró profundamente y durmió de un tirón hasta pasado el mediodía.