1985

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Tío Arturo llega con la tía Susy tocando bocina en el Torino. Ella está con cara de enojada. Mi vieja dice otra vez andan peleados. Se bajan. Arturo habla con mi viejo. Le señala el Torino. Es un avión, dice. Le puse dos horas hasta acá. Susy habla con mi abuela. Ya no sé qué hacer, dice. Mi abuela dice paciencia.

Todos charlan en el patio, a la sombra. Son las cuatro. Tío Miguel cuenta anécdotas de su trabajo.  Mi viejo cuenta que en la ruta no se veía nada. La típica niebla de diciembre, dice tío Miguel, que tiene teorías complicadísimas para todo. Tío Luis no dice nada.

Llega la prima de mi viejo, Claudia, la soltera, con sus piononos que parecen bazucas. No hay forma de que los haga más chicos. Los trae en varios tuppers, envueltos en repasadores muy limpios. No sé dónde consigue la masa, dice mi vieja. La debe comprar por metro, dice mi viejo. Bien que no dejan ni un cachito, contesta Claudia, haciéndose la ofendida.

Tía Susy charla con mi abuela. Mi abuela suspira y dice sos joven todavía. Mi prima Lucia dice que la picó una araña. Siempre llora por todo.  Mi prima Laura dice que tiene hambre. Mi tío Luis no dice nada.

 ¿Y Claudita, algún candidato? pregunta Arturo. Ninguno, contesta Claudia. Pero che, ¿dónde están los hombres? Lo que se pierden, dice Arturo y guiña un ojo. Claudia se pone colorada. Tía Susy y la abuela hacen caras.

A mí dejame el invierno, con este calor no me aguanto, dice Tía Esther. Traje un pan dulce que es un espectáculo, cuenta mi viejo. Tío Luis dice ajá.

Tío Hugo puso un balde gigante con hielo y adentro flotan las botellas de sidra y las gaseosas. No sacudan las botellas, dice mi viejo. Con mi hermano robamos algunos cubitos y se los damos a los perros. Pensamos que tienen calor. Los perros huelen los cubitos y se alejan.

Los hombres se reúnen alrededor de la parrilla. Tío Hugo rompe un cajón de madera. Hablan a los gritos del mundial, hacen predicciones, menos tío Miguel que cuenta cosas del trabajo. Tía Susy dice habría que comprar espirales. Tío Luis se queda callado.

Vamos con mi hermano y mis primas a las hamacas. Hablamos de Papá Noel. Yo pedí una bicicleta, dice mi hermano.  No sé si puede venir con una bicicleta hasta acá, digo. Puede, dice él. Tiene poderes. Como Superman. Superman no existe, dice mi prima Laura.

Anochece. En el aire caliente hay mosquitas, miles de mosquitas que se pegan a los ojos y a la lengua.  Mi vieja se acerca y nos llama para cenar.

Comemos en una mesa larga, entre los árboles. Son dos mesas unidas, en realidad. Una queda más alta que la otra y siempre las cosas se caen y hay que acomodar todo. Cuando se cae un vaso, alguien grita alegría, alegría.

Reparten el pionono, las empanadas que trajo tía Susy, la lengua a la vinagreta de la abuela. Los perros corren por abajo de la mesa.

Hay una radio con música a todo volumen. Las mosquitas son cada vez más y chocan contra los focos. Se llaman cotorritas, dice mi prima Lucía pero no le creemos porque es muy mentirosa.  A lo lejos, los vecinos tiran cohetes  y nos asustamos y nos reímos cada vez.

Es una noche hermosa, dice Claudia. Mañana va a ser calor, dice tío Hugo desde la parrilla. Está en cuero. Pregunta ¿voy llevando? Todos gritamos que sí. El tío trae primero los chorizos y las morcillas. Arturo levanta el vaso y arma el primer brindis. Por la familia y salud para todos, dice. Feliz navidad. Chocamos las copas. Mi viejo dice un aplauso para el asador y todos aplaudimos.

Ese fue el año en que mi tío Hugo, un rato antes de las doce, cuando ninguno de nosotros lo estaba mirando, se puso la pelopincho roja en la espalda y empezó a correr en el patio del fondo, el que no tenía ni una lamparita, mientras mis viejos y mis tíos gritaban es Papá Noel. Fue el año en que seguimos con la mirada a ese gigante extraño que se escapaba hacía la oscuridad, sin darnos cuenta de que era Hugo, ni siquiera cuando lo vimos volver al rato, con la cabeza chorreando agua y todo el cuerpo lleno de hojitas y barro.

Ese fue el año donde mi hermano tuvo su bicicleta y mis primas muñecas que hablaban. Yo no logro recordar qué me regalaron. No importa. En las fotos soy un chico con la remera de ET, que se ríe rodeado de luces, de familiares y mosquitas.

Mauro De Angelis

Mauro De Angelis
Mauro De Angelis
Nació el 8 de agosto de 1976, en Capital Federal. Desde los diez años vive en Mar del Plata, donde asistió a los míticos talleres literarios de Daniel Boggio. Obtuvo el 1º lugar en el Premio Municipal de Literatura Osvaldo Soriano 2011, en la categoría Poesía, con su libro Tierra leve; en 2009, en el mismo certamen, rubro Cuento, logró el 2º lugar. En 2013 su relato «Guapo» fue seleccionado en el Premio Itaú de Cuento Digital e incluido en la antología Mate. Un cuento suyo fue seleccionado por Pablo Capanna para integrar Más acá. Antología del género fantástico argentino (Letra Sudaca Ediciones, 2015). Ganó el Premio Alfonsina en Creación Literaria. En 2016, editó el libro de cuentos Vía Crucis (Letra Sudaca Ediciones) Ha escrito las novelas (inéditas) Tríptico de la feria, El artista de las esferas, Wilson, y, junto a Sebastián Chilano, El Lémur.

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