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Libro

19/02/2016

Luis Majul

El Final (cap.1)

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El uso político de las buenas causas

18 de enero de 2007, La Nación

 

Hay causas buenas y malas. Y el apoyo del Gobierno a las buenas causas produce buena prensa, imagen positiva y más intención de voto.

Una buena causa, por ejemplo, es la investigación contra los organizadores de la Triple A. El respaldo del Gobierno a meter presos a los asesinos de esa organización le viene a Néstor Kirchner bien. Muy bien. Hace aparecer al Presidente y a la senadora Cristina Fernández de Kirchner como políticos preocupados por la dignidad humana. La conducta de ambos es bien vista por los círculos de ciudadanos biempensantes. Los que forman opinión. Y, además, el apoyo oficial es gratis y no tiene costo político. Es decir: todo el mundo sabe que el Gobierno impulsa la investigación del juez Norberto Oyarbide, aunque los funcionarios del Ejecutivo no digan una palabra, para que no los acusen de inmiscuirse en asuntos de la Justicia.

¿Por qué, entonces, es evidente el apoyo oficial? Por deducción. Es muy fácil pensar que si Kirchner se siente hijo de Hebe     de Bonafini y admira la lucha de Estela de Carlotto, se sienta feliz por el pedido de captura de los hombres que acataron las órdenes de José López Rega. Y es muy fácil asociar el impulso a la investigación con el espacio y la importancia que le dedican los medios  que  apoyan,  casi  sin  condiciones,  al  Presidente.

Los periodistas que tenemos memoria, sabemos algo más: Oyarbide tenía abierto un juicio político y existía, al  principio

de la administración Kirchner, la voluntad de someterlo a investigación. Pero ahora, el juez está emprendiendo acciones funcionales a este gobierno. ¿Será el precio que tiene que pagar un juez federal de la Nación para evitar que la mayoría oficialista lo juzgue y lo condene? Es difícil probarlo y, de cualquier manera, la envergadura de la buena causa contra la Triple A hace que la pregunta pierda fuerza en medio de semejante acto de justicia. Pedir justicia en la causa por la explosión de la fábrica militar de Río Tercero, Córdoba, también es  defender  una  buena  causa. Y tiene un  beneficio  adicional:  el  gran  sospechado,  Carlos Menem,  es  uno  de  los  dirigentes  políticos  con  peor  imagen y más odiado por la opinión pública. Cuando Kirchner pidió en Córdoba una investigación a fondo hizo triple carambola; no sólo se estaba poniendo a favor de la verdad, sino también en contra  de  El  Peor  de  Todos.  Una  buena causa.

La conducta del Gobierno frente a la desaparición de Luis Gerez tuvo, al principio, también el barniz del apoyo a las buenas causas. Un luchador social había desaparecido. Y no parecía un caso más. Era la misma persona que, según su testimonio en el Congreso, había sido torturada por el ex comisario Luis Patti. (Recordemos que hay pruebas en la Justicia de que Patti usó más de una vez la picana eléctrica para arrancar confesiones a sus detenidos.)

No quedaban dudas. El responsable del Poder Ejecutivo estaba del lado de las víctimas, una vez más. De los «buenos» contra los oscuros agentes del «mal». De quienes son atacados por defender ideas vinculadas con la distribución equitativa de la riqueza, la defensa de los derechos humanos, la transparencia y la coherencia ideológica.

El Presidente utilizó, entonces, por segunda vez en sus tres años de mandato, la cadena nacional. Se ubicó en el centro de la cuestión y repitió un concepto que, sostienen los encuestadores, cae más que simpático a la mayoría de los argentinos: dijo que no iba a ceder ante las extorsiones de los poderosos que no quieren ni verdad ni justicia.

Gerez apareció casi de inmediato y la figura presidencial pareció agigantarse hasta límites insospechados.

Eso sí que resultaba épico. El presidente de todos, a favor de las buenas causas, presiona a los Malos por televisión y Gerez aparece. Y no sólo aparece. Le adjudica a Kirchner su liberación, pide hablar con Cristina y sostiene: «Les debo la  vida».

La casi hazaña de Kirchner se fue deshilachando con el paso de las horas. Un solo dato concreto probaría que este gobierno pretendió hacer una espuria utilización política de una buena causa. El Presidente habría realizado su discurso a sabiendas de que Gerez había aparecido o estaba a punto de aparecer con vida, sano y salvo.

Hasta donde se pudo averiguar, ningún integrante de la mesa chica de la Casa Rosada puede ser considerado responsable de haber inventado el secuestro de Gerez para beneficio político del gobierno. La teoría del cuento armado por lo más alto del poder, sustentada por Menem y por Patti, debe ser leída, a su vez, como el uso político de ambos para conseguir más votos. Menem, porque ya no sabe qué hacer para posicionarse. Patti, porque por un momento sintió que su imagen de luchador contra la inseguridad iba a ser eclipsada por la del ex torturador que habría mandado otra vez a torturar.

Pero volvamos al asunto principal. El aprovechamiento del Bien para transformarse en el más Bueno y así poner a los adversarios políticos del lado del Mal es algo que Dick Morris, el famoso asesor norteamericano de candidatos a la presidencia, le propuso a Fernando de la Rúa, horas después de que éste ganara las elecciones presidenciales.

Otro importante asesor y amigo del ex presidente me contó el plan estratégico completo. Esta es su versión esquemática:

 

• Elegir a los enemigos entre las figuras más desprestigiadas y rechazadas por la sociedad y enfrentarse a ellos de manera   pública.

• Pasar por encima de los medios (para evitar preguntas incómodas) y comunicarse con la gente directamente, sin intermediarios.

• Eludir al Parlamento y los partidos políticos para dar la sensación de estar gobernando con fuerza, y contra los poderosos que impiden los cambios profundos que sería necesario hacer.

 

Antes de terminar la reunión, Morris le «regaló» a De la Rúa una sugerencia y una advertencia. La sugerencia: que gobernara como si cada día tuviera que ganar una elección contra sus futuros adversarios. La advertencia: que pensara bien en su plan, porque de otra manera le sería muy difícil gobernar con una oposición ansiosa por volver al poder cuanto antes.

Ignoro si Morris le dijo lo mismo a Kirchner, pero es evidente que éste puso en marcha las mismas ideas no bien asumió. No había pasado una semana de mandato, cuando apuntó a un «enemigo malo», oscuro y sospechado de casi todo, el entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, Julio Nazareno. Lo hizo a través de la cadena nacional y usó las palabras mágicas que tanto nos entusiasman a los argentinos: «No me van a poner de rodillas, no me voy a dejar extorsionar».

Más tarde, el Presidente hizo lo mismo con Luis Barrionuevo y lo repitió con Menem, Eduardo Duhalde y los «barones» del conurbano: los eligió como los malos de turno y se dispuso a recoger los frutos en las encuestas del día siguiente. (El hecho de que luego haya quitado de la lista a los intendentes duhaldistas que de inmediato se volvieron kirchneristas demuestra que sólo se sale del libreto cuando las necesidades políticas lo apremian.) No hay nada más fácil y barato que ponerse del lado de los

«buenos» para mantenerse al tope de las mediciones de imagen. Por eso, a veces, a falta de hechos reales, se fabrican noticias o se fuerzan interpretaciones que enseguida se desinflan. ¿Un ejemplo? Conseguir miles de millones de inversión directa es una buena noticia. Lograrlo en un país que hasta hace poco parecía que se iba a caer del mapa podía ser entendido como casi un  milagro. Anunciarlo con bombos y platillos y ponerle muchos ceros a la derecha parecía de película. Así nació la versión de los 20 mil millones de dólares en inversiones chinas, una movida insostenible que cayó por el propio peso de la exageración.

Otro caso. Los fondos de Santa Cruz que se enviaron al exterior no regresaron a la provincia en su totalidad y, por más que se diga lo contrario, hasta que no se den todas las explicaciones, la opinión pública lo considerará un hecho confuso y oscuro.

Un ejemplo más. Es sabido que, en la Argentina, todo lo que va del centro a la izquierda tiene hoy buena prensa y todo lo que se dirige del centro a la derecha es considerado malo y sospechoso. Por eso Kirchner y sus principales colaboradores pretenden circunscribir las elecciones a dos grandes contendientes ideológicos. Los kirchneristas y aliados en defensa de los buenos y la izquierda, frente a los chicos malos de la derecha con todas sus variantes.

Pero ¿puede realmente considerarse a Kirchner un dirigente de izquierda, si apoyó a Menem casi hasta el final, adelantó el pago de la deuda externa, alentó a Carlos Rovira en Misiones, tiene a Daniel Scioli como candidato a gobernador en la provincia más importante del país, comparte actos con Manuel Quindimil, Raúl Othacehé, Julio Pereyra o Mario Ishi y se alinea con los Estados Unidos de George W. Bush en asuntos tan decisivos como la lucha contra el terrorismo internacional?

Es bueno apoyar las buenas causas para hacer buenos gobiernos que construyan buenos países. Pero no es bueno presentarse como la encarnación del Bien porque, tarde o temprano, los gobernados detectan la sobreactuación o la mentira, y empiezan a colocar a los gobernantes en la vereda del Mal.

Entonces no habrá anuncio ni operación mediática capaz de evitar la caída.

 

Uso y abuso del poder

15 de febrero de 2007, La Nación

 

La escandalosa intromisión política de la administración Kirchner en el Indec invita a plantear una pregunta inquietante: ¿no hay otra manera de gobernar con éxito si no es la de pasar por encima de los organismos independientes, de la oposición, del Poder Judicial, la prensa, el Parlamento, las normas y las leyes?

Funcionarios que responden directamente al Presidente piensan que no. Y lo dicen. Cuando se les pregunta si para mantener contenida la inflación era necesario despedir a una especialista del Instituto Nacional de Estadística y Censos, cuando se les recuerda que el Presidente no responde preguntas de los periodistas, cuando se les indica que el Congreso funciona como  un apéndice del Poder Ejecutivo, cuando se les señala que no debaten con la oposición ni discuten la distribución del dinero público, estos funcionarios contestan: «Si hasta ahora nos está yendo muy bien así, ¿para qué vamos a  cambiar?»

Ellos interpretan que lo que para la oposición es abuso de poder para una buena parte de la sociedad significa coraje, actitud, energía, decisión y conducción.

La conducta del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, es un ejemplo típico.

Hay decenas de anécdotas que lo muestran como un hombre prepotente, amenazante, maleducado y de armas tomar. (Son relatos off the record, porque los empresarios tienen miedo de que Kirchner haga uso del atril y los mande al médico, como le sucedió al supermercadista Alfredo Coto.) Pero cuando el Presidente y el propio Moreno ven publicada la reconstrucción de alguna reunión no parecen afectados. Al contrario. Da la sensación de que hasta alientan su difusión. Quizá porque leyeron las encuestas, que revelan que una buena parte de los argentinos no saben quién es Moreno, pero sí les parece fantástico que el Gobierno se preocupe por el alza del costo de vida y que mantenga a raya a los formadores de precios.

Lo mismo puede ser aplicado a la relación del Gobierno con la prensa. El Presidente y su círculo de confianza sienten que,   en el fondo, están haciendo las cosas bien. Se lo dijo con absoluta sinceridad el secretario de Medios, Enrique Albistur, a Susana Reinoso, de La Nación, en la primera nota que concedió a un medio gráfico: «Los periodistas dejaron de ser intermediarios necesarios».

¿Qué significa esto en la lógica del planeta K? Que mientras los periodistas nos pasamos largas horas discutiendo sobre la prepotencia del Gobierno, en esta administración interpretan la cuestión como un asunto pequeño, elitista, que no les quita un voto. Es más: algunas encuestas que pasaron por el escritorio del jefe del Estado revelan que cuando el Presidente critica a la prensa es bien mirado por sectores sociales que desconfían de los medios en general y de ciertos comunicadores en particular.

El razonamiento también es válido para precisar cómo trata este gobierno al Parlamento.

La mayoría de los proyectos que presentó el Ejecutivo fueron aprobados en tiempo récord, casi sin debate. Incluso, los superpoderes y la conformación del Consejo de la Magistratura salieron del Congreso como lo había exigido el Presidente. Es decir: desde que Kirchner asumió, el 25 de mayo de 2003, no hubo una sola ley que haya sido producto de una discusión enriquecedora con ningún bloque de la oposición.

Pero, ¿es que, acaso, a los argentinos no les importa que el Gobierno pase por encima de otros poderes? Quizá sí, pero no tanto. O mejor dicho: el respeto a las instituciones y las normas de la República no son parte de sus intereses más urgentes.

La brutal crisis que terminó con la caída de De la Rúa cambió el paradigma del uso y abuso del poder. Se prefiere un Presidente prepotente y con gestos autoritarios antes que uno débil y sin capacidad de decisión. Se soporta a un gobierno que se entromete en la estadística oficial mejor que a otro que es doblegado por los grupos económicos. Se aplaude a un jefe de Estado que maneja al Poder Legislativo porque no se respeta a ningún conductor que parezca un rehén de las decisiones del Congreso.

Kirchner lo tiene claro. Comprende como pocos el sistema de poder real. Sabe que para gobernar se debe seducir a los políticos con poder territorial, a los gobernadores e intendentes del conurbano, domesticar o conquistar al poder sindical y sopesar todos los días el cambiante humor de la clase media. Es decir: los factores de poder que ayudaron a la caída de Fernando de la Rúa y que ahora sostienen a este gobierno prepotente, pero activo.

Pero al manual de poder real del Presidente le falta un capítulo. Es el que dice que durante los segundos mandatos, y en el contexto de una economía estable, todo lo que la opinión pública consideraba aceptable o soportable puede estimarlo inaceptable e insoportable. Casi de la noche a la mañana, de un día para el otro. En el mismo tiempo en que Kirchner saltó de ser casi un desconocido a transformarse en el hombre más poderoso de la Argentina.

 

 

Gesto cobarde, patotero y repugnante

25 de junio de 2009, El Cronista

 

Señalar con el dedo y desde un lugar de enorme poder a un trabajador de prensa cuyo único pecado fue hacerle una pregunta sencilla es un gesto cobarde, patotero y repugnante.

No hay otra forma de calificar lo que acaba de hacer Néstor Kirchner con Marcelo Padovani, a cargo del móvil de América 24. Se trató de una lucha evidentemente despareja: el hombre más poderoso de la Argentina, el Presidente más rico de toda la historia del país, el que toma las decisiones más importantes del gobierno de su esposa y el que reparte millones de dólares a intendentes, empresarios subsidiados, medios de comunicaciones y periodistas chupamedias le grita de mala manera a un colega:

—A vos no te contesto, sos de América.

Y cuando él y sus compañeros intentaron defenderse, Kirchner miró a sus custodios al grito  de:

—¡Es del canal de De Narváez, lo manda De Narváez!

Ya lo había hecho antes con un periodista de Radio Continental, mientras los alcahuetes de turno lo aplaudían.

En esa oportunidad, igual que ahora, el patotero gigante y armado de su poder atacó a un trabajador desarmado y sorprendido en su buena fe.

Kirchner está yendo demasiado lejos.

No importa que estemos en el medio de la campaña.

No importa el medio donde circunstancialmente trabajemos.

El ex presidente ha cometido un acto cobarde, intolerante y condenable.

Ahora se entiende más por qué no da entrevistas mano a mano y sin condiciones.

Ahora se comprende más por qué la mayoría de los argentinos, aun los que están de acuerdo con algunas decisiones, no va   a votar a un ex presidente que grita, espía, señala, acusa y abu- sa de su  poder.

 

 

 

Los Kirchner no se van, pero siguen ciegos y sordos

30 de junio de 2009, El Cronista

 

Los Kirchner no se van, pero esto no significa que hayan escuchado el mensaje de las urnas. El fantasma de la huida intempestiva, ante el rechazo del electorado, se disipó. Pero nada indica que se quedan porque, al fin, comprendieron. Al contrario: ni el ex presidente ni la actual mandataria parecen haber entendido que siete de cada diez votantes están en desacuerdo con su forma de hacer política, y también con las decisiones que vienen tomando desde hace un año y medio. Se quedan porque son obstinados, y porque suponen que con los votos que todavía conservan pueden seguir ejerciendo el poder más o menos como hasta ahora.

 

Microclima

Las primeras palabras de Kirchner después de la derrota fueron las de un adolescente enojado que no acepta los límites de la realidad. Pero la conferencia de prensa de la Presidenta no resultó muy distinta. Cuando una buena parte de la sociedad esperaba que anunciara los cambios y las correcciones que la mayoría le viene reclamando, ella se limitó a relativizar la importancia de la derrota y de paso se dio el gusto de dar otra pequeña clase magistral de cómo un periodista debe formular una pregunta.

Hace un tiempo, un ex miembro de la mesa chica que soportó los peores momentos del matrimonio durante la crisis del campo, me dijo:

—Tienen un grave problema de microclima. Y el hecho de vivir en Olivos, con esas paredes tan altas y tan alejadas de lo que pasa en la calle, los hace más cerrados, menos permeables a la opinión de cualquiera.

 

Psicoanálisis

A esta altura, hasta un estudiante de Ciencia Política se daría cuenta que lo que deberían hacer Néstor y Cristina después del fracaso en la provincia de Buenos Aires, en la ciudad de Buenos Aires, en Santa Fe, Córdoba y también en Santa Cruz es justo lo que contiene la lectura del resultado, a saber:

 

• Transparentar los números del INDEC.

• Reconocer que la inseguridad es más que una sensación y  ponerse  a  trabajar  para atacarla.

 

• Convocar a los partidos políticos o los bloques opositores y consensuar leyes como el Acceso a la Información Pública y los necesarios cambios en el Consejo de la Magistratura para evitar que los jueces sean rehenes del poder de turno.

 

Con dos años y medio por delante y la capacidad para reconocer los errores cometidos en el ejercicio del poder, el gobierno no sólo podría recuperar consenso sino también presentarse como alternativa para 2011, porque la oposición no aparece todavía como un bloque homogéneo capaz de reemplazarlo.

Pero en las últimas horas los Kirchner han demostrado que siguen confundiendo autrocrítica con claudicación, cambio de rumbo con abandono de principios, y revisión de las fallas con traición a la patria.

—A veces pienso que lo de Néstor no es un problema político. Es un problema psicoanalítico —me explicó el mismo ex integrante de la mesa chica de decisión.

A este último diagnóstico, le aplicó un dato implacable:

—Hace treinta años que nadie los contradice y todos les fetejan sus chistes. No es que les cuesta cambiar. No conciben otra manera  de  gobernar  que esta.

 

Olla a presión

El problema no son ellos, sino la olla a presión de problemas irresueltos que conlleva esta forma de conducir. ¿Cuánto tiempo más puede resistir un Estado que manipula sus estadísticas y oculta o entorpece el acceso a la información? ¿Cuánto tiempo más puede resistir una política económica de tarifas congeladas combinadas con subsidios polémicos y retornos incluidos? ¿Cuánto más puede esconderse por debajo de la mesa la discrecionalidad del gasto público facilitada por el uso de los superpoderes? ¿Cuánto tiempo más puede una administración —golpeada por el grito de las urnas— gobernar como si hubiese ganado las elecciones?

 

 

 

Votos prestados

6 de julio de 2009, El Cronista

 

Todos los votos de quienes ganaron la elección del domingo pasado son prestados. Es decir, no tienen dueño, sino inquilinos. No son transferibles a ninguna otra escena de tiempo y espacio que no sea el 28 de junio del año 2009.

Son prestados los votos a Francisco De Narváez, pero también los que recibió Fernando Pino Solanas, Carlos Reutemann    y Julio Cobos. Igualmente son prestados los votos que supieron conseguir el jefe de gobierno Mauricio Macri y los gobernadores que ganaron, como Mario Das Neves, José Luis Gioja, José Alperovich, Jorge Capitanich y Juan Manuel  Urtubey.

 

Gracias, Néstor

Son prestados los votos de De Narváez porque «El Colorado» ganó, antes que nada, debido a una sucesión ininterrumpida de errores políticos y personales de Néstor Kirchner. Estratégicos y tácticos. Desde la arriesgada decisión de colocar a su esposa como presidenta de la Nación hasta la desesperada jugada de ofrecerse él mismo como primer candidato a diputado nacional en la provincia de Buenos Aires. Desde la loca pelea contra el campo, hasta la manipulación de las cifras del INDEC, con el objetivo de contener la inflación.

Los méritos del candidato de Unión-Pro no fueron pocos. Empezó la campaña electoral hace más de dos años, gastó millones de pesos en instalar su figura mucho antes de la competencia, se alejó de Eduardo Duhalde justo a tiempo. Ideó una sociedad con Macri y Felipe Solá que le dio mayor volumen al proyecto. Usó a Gran Cuñado en especial y a los medios en general como ningún otro candidato lo hizo. Forzó la polarización con Kirchner con precisos y profesionales toques de campaña.

 

De cualquier manera, nada es comparable con las toneladas de errores que viene cometiendo el ex presidente desde antes del final de su mandato.

 

Pino y Lole

Son prestados los votos de Pino en la Ciudad por mucha de las razones que explican el triunfo de De Narváez. Pero también porque fueron elecciones legislativas, porque el peronismo porteño no presentó un candidato propio, porque Elisa Carrió se equivocó al ungir a Alfonso Prat-Gay para evitar una derrota directa contra Gabriela Michetti, y porque todo eso junto se hizo muy visible en el único debate que mantuvieron antes del domingo.

Reutemann también le debe a Kirchner su apretada victoria. Si no hubiera insistido en diferenciarse del gobierno nacional, ponerse del lado del campo y anticipar que se presentaría como alternativa presidencial aunque ganara por un voto, se hubiera quedado en el camino, como les pasó a los que no criticaron con dureza las decisiones K.

 

Cobos y Mauricio

Cobos sigue usufructuando de su voto no positivo. Pero debería prender una vela para que el matrimonio presidencial lo elija definitivamente como su principal enemigo. De otra manera, corre el riesgo de desdibujarse, igual que Reutemann.

Macri, en cambio, tendría que leer con mucho cuidado por qué su principal candidata logró el 15 por ciento menos de los votos que los que obtuvieron en la primera vuelta para gobernar la ciudad. Él está convencido que la fuga tiene que ver con el adelantamiento de las generales y el impedimento de celebrar elecciones separadas. «Pino apareció como el más antikirchnerista, inlcuso más opositor que Gabriela», analizaron hombres muy cercanos al jefe de Gobierno.

El ex presidente de Boca debería analizar hasta dónde perjudicó a Michetti su renuncia a la Vicejefatura de Gobierno y la crítica a su propia gestión, después de la enorme expectativa que había  despertado.

 

Qué hubiera pasado

¿Qué hubiera pasado si Kirchner no hubiese cometido algunos de sus errores más groseros?

No sólo habría ganado con cierta comodidad. A esta altura del año, estaría imaginando su retorno a la presidencia en 2011.

¿Tiene tiempo y espacio para corregirse y volver a conquistar a una buena parte de la mitad de los argentinos que votaron a Cristina hace menos de dos años? Los tiene. Porque ningún opositor criticaría la renuncia de Guillermo Moreno y la normalización del INDEC, la despolitización del Consejo de la Magistratura, una reestructuración de las tarifas que les haga pagar a los más ricos lo que no pueden abonar los más pobres, o un llamado al diálogo para consensuar cuestiones de Estado como la inseguridad. Pocos medios descalificarían el ingreso de un ministro de Economía con la capacidad y la autonomía que caracterizaron a Roberto Lavagna. Los periodistas aplaudirían con ganas el suministro de información, las conferencias de prensa sin límites de preguntas y la aceptación, por parte de la Presidenta y su marido, de reportajes mano a mano y sin condiciones, como los admitían hasta 2004.

Nada le impide cambiar. Pero Néstor Kirchner, ¿es capaz de cambiar?

¿Es capaz de volver sobre sus pasos y convertirse otra vez, por ejemplo, en aquel Presidente que alentó a la mejor Corte Suprema de Justicia de toda la historia? No. Parecería que ya no. Está todavía dominado por el resentimiento político. Y convencido de que sus caprichos personales son principios a los que no   se debe renunciar, aun en la derrota.

 

 

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