#LaPalabraPrecisa

#376

16/07/2021

 

El Rubio

Ayelen Casanovas


Llegué y el Rubio ya estaba sentado en la mesita que se sienta siempre. Había un tufo bárbaro a vino mezclado con colillas y humedad, de esa que hace hongos en las paredes. Lo primero que pensé fue que nadie había ventilado, por eso me revienta llegar más tarde. Lo segundo, que la doña no había sido capaz ni de vaciar los ceniceros la noche anterior. Sabe que odio el cigarrillo y por eso me dio bronca.

Continúe.

No sé por qué le dicen el Rubio. Tiene el pelo más bien amarillo, como si se le hubiera apagado el cigarrillo en la cabeza. El jefe le dice así, yo tomo nota, a ver si me entiende, nota mental. Tengo mi inteligencia, vio, no vaya a creer. La cosa es que el Rubio estaba ahí sentado, solito, no más. Raro porque él viene con el Garufa o no viene. Son socios, no sé de qué pero así se dicen. Se ve que ese día llegó solo y temprano porque, como le digo, ya estaba ahí dándole al trago cuando llegué.

Los martes arranco más tarde. Los lunes por lo general cierro. Me encargo de las heladeras para que la cerveza no falte y barro un poco así la doña no rezonga y no me persigue con la escoba. Ella es medio maltratadora, ¿vio? Se cree linda pero tiene como sesenta años. Ese lunes habían cerrado ellos porque había caído un amigo del jefe.

-Prosiga.

Como le venía diciendo, entonces. Saludé con un buenos días y contestó lo mismo o algo parecido, tal cual no me acuerdo. Raro, le gusta charlar, fanfarronear. Levanté la persiana metálica del costado que todavía estaba baja, fíjese que ni tiempo le había dado al jefe de levantarla. Había venido en la bicicleta destartalada en la que anda las más de las veces pero de eso me enteré más tarde. El jefe ya estaba en la cocina preparando mondongo con porotos que es su especialidad. En casa nunca había comido así de bueno. Como lo que me den, sin chistar. Polenta, fideos puede ser, pero no un mondongo que valga la pena y eso que yo no le hago asco a nada. Mi vieja no es muy amiga de cocinar. Le queda duro, hay que masticarlo mil veces y a gatas pasa.

-Los hechos, no se distraiga.

Perdone, don, algunas cosas se me pierden. Entonces estábamos ahí los tres. Le serví otra caña. Me indicó con el vaso vacío y fui y le serví. Como es verano no hacía falta más luz que la que entraba por las ventanas y eso que la esquina es oscura porque las persianas solo levantan hasta la mitad, están trabadas, no sé, nadie se calienta en arreglarlas. Al ratito no más llegaron Don Matías y el Zurdo, esos siempre andan en yunta y se toman una copita después de laburar. Hacen changas en la zona, son del barrio, los conocen todos. Es un bar de barrio, a ver si me entiende, por ahí no cae nadie nuevo, son todos conocidos, clientes de todos los días. Nereo habrá llegado dos horas después porque ahí sí que ya estaba cayendo el sol.

¿Recuerda la hora?

Las ocho, serían, no mucho más. El Rubio se puso alerta ni bien lo vio. De eso me di cuenta enseguida porque le cambió la cara y yo estaba sirviéndole la sexta caña más o menos. Seguía chupando solo. Ahí no más me di cuenta que la cosa no había terminado. El ambiente se puso espeso. Los viejos se habían sentado en la mesa de al lado y jugaban a las cartas pero relojeaban la secuencia. Siempre juegan al truco. Arrancan con unos tragos en la barra y una vez que están los cuatro se pasan a la mesita del medio. Don Matías saca las cartas del bolsillo, piden la tapa del día y unas cervezas y siguen ahí, jugando hasta las diez, once de la noche. A veces viene la mujer del Zurdo a buscarlo, golpea el vidrio no más y el Zurdo se rescata y se les acaba la joda a todos. A mí me pone contento porque a partir de ahí queda poco para irme a casa. Me apuro a cargar las heladeras. A veces dejamos las mesas como están, a veces…

Los hechos.

Ah! Los hechos, sí. Al tipo no lo conocíamos mucho. Era nuevo en el barrio, parece que ponía techos o algo así. No es que no viniera al bar, pero hablaba poco. Nereo Céspedes, algo así. Usté sabrá mejor que yo, digo…

 

Está bien, no me mire así, le cuento. Llegó solo. Se sentó en la barra y no parecía mirar a nadie. Para mí que ya se había chupado algo pero estaba todo recto ahí sentado. Le serví la ginebra que pidió ni bien di vuelta al mostrador. Se la tomó de un saque y me puso el vaso delante así que le serví otra. Ahí pareció tener menos apuro. Como que tomaba de a sorbitos, la disfrutaba.

¿Entonces?

Entonces se ve que el Rubio no aguantó más y se le abalanzó. Ya estaban los del truco con las cartas sobre la mesa. Como que se sabía lo que se podía venir. El jefe seguía en la cocina porque estaba el partido de Vélez y eso es sagrado para él. Hasta lava las copas mientras escucha el partido en la radio de la cocina; pero se vino al tiro cuando el Nereo este quedó en el piso. Sonó feo. Seguro escuchó. Ya estaban los dos muy tomados aunque trataban de disimularlo. El Rubio esperó que se levantara del piso, le dijo algo al oído, y salió. El nuevo se pasó la mano por el pelo. Se acomodó y terminó el trago. Los del truco se miraban entre ellos. Encaró la puerta a paso lento pero firme. Yo lo miré al jefe y fui a ver como seguía la cosa. “Pibe, vos no te metas,” dijo Don Matías.

Afuera el aire fresco fue como cuando mi vieja me metía la cabeza debajo de la canilla, te deja la cabeza nuevita. Ellos habían hecho unos pasos por Garay y la luz no era buena. Se daban piñas en la cara y el Nereo le dio una buena en el estómago al Rubio que tardó un poco en recuperarse. Algo sacó del bolsillo, una punta, algo. Parecía que el pedo se le había pasado de golpe. El Nereo ya tenía el cuchillo. El tipo andaba con un cuchillo en la espalda y ni te dabas cuenta. Lo sacó de una funda bajo la camisa. Se medían. Entonces fue que se le abalanzó el Rubio con ese puño cerrado, digamos que lo chocó, lo pecheó, algo así y el otro cayó. La sangre salía que parecía una canilla. El Rubio se miraba la mano como sin entender. Fue todo muy rápido. A partir de ahí tengo imágenes confusas. Como que hay cosas que no recuerdo bien.

Intente recordar, le conviene.

¿A usté nunca le pasó? El jefe dice que a él sí cuando se mama.

Me está haciendo calentar, Núñez, ¡prosiga!

Bueno, creo que el descontrol fue cuando le vi la risa al Rubio, justo le daba la luz del farol y el Rubio se reía, ¿puede creer? Yo no creo que tuviera que ver con que el tipo me descansara a veces cuando pedía trago ni que se comentara que el Nereo había vuelto por mi vieja, en la que parecía realmente interesado era en la mujer del Rubio. Más de uno comentaba que lo habían visto salir de su casa cuando él estaba trabajando. Lo que me chocó fue la risa esa, unos pocos dientes amarillos, la boca grande abierta, fue peor que haber visto un chimango de esos que se posan sobre la basura. Me dan asco, bronca. Después no le puedo dar detalles. Me acuerdo de soltar el cuchillo cuando el jefe me gritó por la espalda, del dolor en el cuerpo por los moretones que me dejó el forcejeo, del ruido de la ambulancia.

 

 

 

 

Ayelen Casanovas nació en Mar del Plata en 1977. Es comunicadora social, fotógrafa y escritora. Trabajó en la producción de programas de radio sobre educación y coordinó talleres multimedia para jóvenes de secundarias. Actualmente se desempeña como docente.

 

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