#LaPalabraPrecisa

#374

02/07/2021

 

Pesadilla

Pablo Castro


De repente me despierto. Me quedé dormido en el sillón. Así que de inmediato miro el reloj colgado en la pared. Cada segundo cuenta. Afino el oído por si se acerca el camión, pero sólo oigo el murmullo del grupo de pibes que siempre toman cerveza y fuman marihuana en frente de casa. A las diez menos diez escucho los frenos y aceleres del camión de los residuos. Está a pocas cuadras. Así que me apresuro. Tengo que ir en el momento exacto ya que aún no hay en la vereda un cesto para las bolsas, y si quedan en el piso los perros callejeros las destrozan. Salgo. Dejo la reja entreabierta para meterme rápido en mi casa. El cielo estrellado junto al frío de la noche amenazan posibles heladas mañana temprano. Pero no creo que llueva. Al camión de la basura se le adelanta una moto. Los chicos de enfrente desaparecen. La calle queda vacía. Del asiento trasero de la moto baja alguien inidentificable, solo noto una especie de forma humanoide oscura, la noche le esconde su rostro. Forcejeamos. Me grita pero no le entiendo. De pronto un ruido me ensordece. El bulto humanoide huye hacia la moto. Me caigo. Me arde el estómago, me quema. Llevo hacia ese lugar mis manos y las observo ensangrentadas. Cierro los ojos y al abrirlos unos vecinos me rodean. Alguien me reconoce, sabe que vivo ahí, que soy de la cuadra. Otro se arrodilla, se acerca a mi rostro y escucho que dice:

 -Ya está, no se puede hacer nada.

 Con la certeza de estar muerto, abro los ojos. Mi sudor empapó las sábanas. Toco el abdomen, donde tendría la herida por el tiro, y siento en la yema de mis dedos la remera vieja con la que duermo todas las noches. Intento conciliar el sueño otra vez, pero ya no puedo. Tiemblo. De afuera llegan las voces de los chicos de siempre, que ríen como si nada, ajenos a mis sueños. Adentro de casa, el motor de la heladera re inicia su funcionamiento mecánico. Sólo fue una pesadilla, me digo. Pero no creo que me la saque de la cabeza tan fácilmente.

 

En la época de ese sueño daba mis primeros acercamientos al psicoanálisis. En la facultad leíamos a Freud. Entre otros textos, me había impresionado Más allá del principio del placer. Eros y Tánatos, muerte y vida compartían un mismo destino. Una frase de ese artículo me obsesionaba:

“la meta de toda vida es la muerte.”

 No sólo leía a Freud, y el material para cada examen. Me hacía siempre un tiempo para leer por el placer mismo de leer. Y eso cada tanto me llevaba a Borges. Las uñas es uno de sus poemas que releía con frecuencia. Allí escribe Borges:

“… Cuando yo esté guardado en la Recoleta, en una casa de color ceniciento provista de flores secas y talismanes, continuarán su terco trabajo, hasta que los modere la corrupción. Ellos, y la barba en mi cara.”

 Esta idea de ciertas partes del cuerpo, como la barba y las uñas, que crecen con posteridad a la muerte, me llevó a que, también en ese tiempo, encontrara en Internet que nuestra piel tiene células difuntas. Parece que la epidermis posee capas de células que se descaman y renuevan de forma constante. Algo nuestro muere y nace permanentemente. Es decir que el rostro que observamos en un espejo es una especie de rostro muerto. El cuerpo que tocamos al bañarnos, la mano de una persona amada, el abrazo con un amigo implican un contacto con algo sin vida. La muerte y la vida están unidas en la piel. ¿Será acaso nuestra imagen un cadáver? ¿O estaremos muertos en vida?

 

Esas cosas pensé durante el día posterior al sueño. Buscando un sentido para la pesadilla. Aún me recuerdo empujando la máquina de cortar pasto, mientras el olor del césped recién partido en dos, mezclado con un perfume de flores, se metía en mi nariz. Aunque no tenía flores en el patio. Imaginaba películas de zombis y fantasmas que hicieran referencia a Freud y a Borges. Y me resultaba extraña la idea de leer a personas muertas, ya que sus letras les daban, al menos desde mi punto de vista, vida. A veces detenía la máquina sólo para tocarme el abdomen, justo en el lugar donde había recibido el disparo durante la pesadilla.

 Pero enseguida volvía a cortar el césped del patio. Hasta que en un momento la máquina chocó contra una diminuta pared. Blanca como la cal. Sin ningún epitafio, pero con algunos claveles, ahí estaba la lápida con mi nombre. Refregué mis ojos con fuerza suplicando ser víctima de una nueva pesadilla. Hasta que al fin me desperté en el sillón de casa, atento a la hora para sacar la basura.

 

 

Pablo Castro es psicoanalista. Escribe en el portal Psum. Coordina talleres literarios, tanto en instituciones como de manera particular. Co conduce el podcast Low Cost Radio. En 2017 publicó un libro de cuentos titulado Carne de Aleph (Peces de ciudad ediciones) y en 2018 la novela El flaco que quería ser Perón (Editorial Hinvisible).

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