#LaPalabraPrecisa

#371

18/06/2021

 

Un agujero en la pantalla

Daniel Moyano


Vivíamos al lado del cine en aquel pueblo de los años cuarenta perdido en esas soledades de las pampas del cono sur. Colindaba con nuestra casa, de modo que todas las noches “oíamos” la película y nos imaginábamos las imágenes. Todos, menos el tío Eugenio, que no había ido nunca porque, decía, se trataba de un engaño, todo aquello era una ilusión, al encenderse las luces los personajes desaparecían, y la pantalla no era más que un trapo.

 Cuando nos veía volver del cine, todos los domingos, y comentar la película, decía “no puedo creerlo, no me entra en la cabeza que hablen de esas ilusiones como si hubiesen sucedido”. Y nos trataba de tontos e ignorantes.

 Si la película había tenido un final triste, la tía Delicia, que siempre tuvo por propios todos los amores del mundo, entraba en la casa llorando. “Pobrecita”, sollozaba pensando en la heroína, mientras se desvestía para seguir llorando en la cama.

 Entonces el tío Eugenio enrojecía de impotencia, no encontraba palabras para refutar el hecho de que una ilusión provocara lágrimas reales.

 Lo convencimos en Semana Santa. Iban a pasar el film Vida de Cristo, y eso, claro, aunque fuera una ilusión, había sucedido en la vida real porque él era muy creyente.

 Entró con aires de estar muy incómodo, mirando a la gente como avergonzado de que lo vieran en el cine. A los cinco minutos de empezar la película estaba tan poseído como en la cancha cuando iba a ver un partido de fútbol.

 Al ver que Judas se entendía con los romanos, “yo a esto no lo aguanto”, dijo y salió corriendo para el lado de la casa.

 Apareció con la escopeta justo en el momento en que Judas entregaba a su Maestro. Y para no herir a nadie accidentalmente, esperó a que el apóstol estuviese apartado de los demás.

 Y bueno, el agujero en la pantalla coincidió con el grito y el encendido de todas las luces y la instantánea desaparición de las imágenes. En medio del olor a pólvora, de su acción increíble y el humo del escopetazo, el tío Eugenio era una verdadera ilusión óptica.

 

Este cuento pertenece a Mi música es para esta gente. Cuentos Completos, publicado por Caballo Negro Editora. Agradecemos a Ricardo Moyano, hijo del autor.

 

 

 

 

 

Daniel Moyano nació en Buenos Aires el 6 de octubre de 1930. Murió en Madrid, el 1 de julio de 1992. Pasó su infancia en la ciudad de Córdoba y luego se radicó en la provincia de La Rioja, donde ejerció como profesor de música e integró el Cuarteto de Cuerdas de la Dirección de Cultura de esa provincia. Allí formó su familia y escribió gran parte de su obra literaria. Durante la última dictadura militar argentina fue encarcelado en La Rioja. Una vez liberado, se exilió en España, donde vivió hasta su muerte. Allí fue obrero en una fábrica de maquetación y, posteriormente, ejerció la crítica literaria para el diario El Mundo.

Sin duda, la suya es una de las obras más originales de la narrativa argentina de la segunda mitad del siglo XX. Sus ocho libros de cuentos y siete novelas contienen una reflexión, dinámica, no cerrada en sí misma, sobre la condición humana, sobre la entidad de la realidad y las posibilidades del lenguaje para dar cuenta de ella.

 

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