#LaPalabraPrecisa

#340

13/11/2020

 

Noches de insomnio

Pablo Castro


Me recosté en la cama y miré el cielo raso. Por la persiana se colaba una luz inquieta proveniente de la calle. Cerré los ojos más de una vez, repasé en mi cabeza cosas pendientes, dije el abecedario de un lado al otro en más de una oportunidad, conté hasta quinientos y pico, enumeré ovejas, ciervos, perros, perritos, gatos, gatitos, pero nada. Siempre otra cosa invadía mis pensamientos: un recuerdo, una anécdota, o lo que sea. Así que me di por vencido ante el feroz ataque del insomnio. Sin más qué hacer, me metí de lleno en la pantalla de mi celular. Otra vez una noche sin pegar un ojo, igual que tantas otras. De vuelta la mañana y mi trabajo serían con el peso de un sueño jamás conciliado.

 Me reí con unos cuantos memes, vi videos, oí los mensajes de más de un minuto en grupos de whatsapp que siempre ignoro, me debatí sobre la veracidad de noticias cercanas a lo absurdo, me sorprendí por la intensidad de ciertas peleas en posteos políticos, y así la noche siguió su curso. Sin embargo, el teléfono también mostró su ineficiencia ante un insomnio. Su pantallita con infinidades de propuestas nunca alcanza. Se queda corto. Cansa la vista, incluso se vuelve reiterativo. Más aún cuando sentís el cuerpo cansado y notás que el descanso nunca llegará, en especial con la amenaza del sonido de la alarma tan cerca.

 A veces pienso en el descanso. Digamos que reflexiono. En realidad, no sé si alguna vez he descansado. En reuniones de amigos, conocidos, incluso familia, una especie de motor interno y pujante me fuerza a que hable, a que diga algo, pero no cualquier cosa. Es como si estuviera en una tentativa permanente por señalar siempre algo interesante, o gracioso, algo que valga la pena ser oído. Es que para mí las palabras no son cualquier cosa. Las respeto. No sé si será por mi profesión, por mis lecturas o qué, pero busco que lo que diga tenga un valor. A lo mejor sueno pretencioso, pero me obligo a mí mismo a que mis diálogos se destaquen, a que generen algo en los otros. Ese debe ser mi problema. Quiero provocar, sacudir a la gente, no pasarles desapercibido. A lo mejor por eso el insomnio. ¿Qué hacer cuando no tengo público, cuando ya no hay nadie?

 Me levanté. Fui al baño y me lavé la cara. Me miré en el espejo. Moví mi cabeza de derecha a izquierda varias veces. No digo nada nuevo, pero siempre me sorprendió que en un espejo derecha e izquierda estuvieran al revés, como cruzadas. Fui hasta mi biblioteca y revisé los libros. Aunque sea una vez medio de reojo, por arriba como dicen, los he leído a todos. Algunos de sus pasajes me los sé prácticamente de memoria, en especial los que estudié por mi profesión. Pensé en irme con uno a la cama para así atraer al sueño. Pero no. Releer un libro sería como repetir una escena. Y ya estaba harto de las repeticiones. Este no era mi primer insomnio. Insisto con la idea, a veces siento que nunca descanso, y tampoco duermo.

 Así que volví a la cama con la idea de forzar el sueño. Concentrarme con todo el poder de mi mente y al fin vencer. Apreté mis ojos con la intención de que ya no se abrieran, arrugué el ceño como enojado, pero no pude. Así que cedí de vuelta al teléfono. Pensé en buscar las técnicas para superar insomnios pero ya me las sabía de memoria; así que desistí de inmediato. Sin ya más qué hacer, seguí con las redes sociales como quien hojea una revista en una sala de espera. Hasta que se me ocurrió buscar en internet mi nombre y apellido.

 Los primeros resultados fueron los accesos a mis redes sociales y de otras personas con mi mismo nombre. Sonreí ante la idea de que un apellido común como el mío te hace parte de una familia grande, de esas donde nunca estás solo. Seguí y encontré mis datos personales, incluso impositivos. Me asombré ante los detectives privados que se ofrecían a seguirme por un módico precio. Me alegré con unas cuantas fotos que no recordaba. Por supuesto hallé unos pocos artículos y cuentos redactados por mí, que desde luego no releí. No sin nostalgia, vi mi nombre en un jurado universitario de mi época de estudiante. Hasta descubrí a un tocayo que era un cantante famoso en Centroamérica. Pero en un momento mis pulgares se paralizaron. Abrí grande los ojos con la certeza de que ya no me dormiría. Quizá nunca más en toda mi vida.

 De repente entré a un artículo donde decían que en el libro Noches de insomnio el personaje principal, llamado como yo, no sabe qué hacer durante una vigilia eterna. Afronta la incertidumbre de su vida con entretenimientos fugaces que nunca lo duermen. Incluso busca su nombre en internet mientras se convierte en el lector de una reseña literaria de su propia historia.

 

Pablo Castro es licenciado en psicología. Coordina un taller literario en una institución de salud mental. Codirige el portal de salud mental llamado Psum. Coconduce el podcast Low cost radio. Cada tanto postea en su blog Interficción. Ha escrito reseñas literarias en portales como Corriendo la voz y Revista Leemos. En 2017 publicó el libro de cuentos titulado Carne de Aleph (Peces de ciudad ediciones) y en 2018 la novela El flaco que quería ser Perón (Editorial Hinvisible).

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